El tiempo es demasiado lento para aquellos que esperan... demasiado rápido para aquellos que temen.... demasiado largo para aquellos que sufren.... demasiado corto para aquellos que celebran... pero para aquellos que aman, el tiempo es eterno. — (Henry Van Dyke)

domingo, 3 de febrero de 2008

LA OTRA HISTORIA




- Prestame los prismáticos. Che!... Voo!... daale!... Prestame los prismáticos!...

Era un verano de bikinis estampadas zarandeando la flema de ingleses blanquesinos.
Las noticias en la radio decían que los españoles pelearían por El Peñón mientras el olor de la brisa uruguaya disimulaba el control del Mediterraneo. Habían buques anclados a mil metros de la costa. Simétricos en su alineación. Y Tito, somnoliento, escuchaba resignado de recuerdos...
Otra destemplada burbuja vacía segando mieses. Vidas que se perdían. Sobresaltos en la cubierta de aquel buque gastado de continuas lavadas. Florecer desde la extrema realidad de una constante, cúbico, filoso. Y las muchachas saludaban con agitación y Tito engolosinado con el rítmico ritual de las sonrisas curvilineas.

- Qué bestias, mariner... Qué bestias...

Creciendo con la estación, medio lúcido, aprendía a no morir. Diecinueve años, anónimos, entre éxtasis y médanos.
Los mariners sólo hablaban de estrategias, noticias.
"Lo vamo a reventar, lo vamo a reventar..." coreaban en Plaza de Mayo...

- Me parece mentira que podamos entendernos siendo inglés... por el idioma, digo. A mis nueve años nos fuimos a vivir con los charrúas. Qué chupadera...

Se avistaban nubarrones. Las primeras gotas del mal tiempo... Para entonces no resultaba difícil graznar como la bandada. Las gaviotas se estaban amontonando en la playa y eso presagiaba cambios. Imprevistos que distraían de aquel pulular pacífico de muchachas caminando acompasadas.

- Mi viejo siempre quiso que aprendiera inglés y de lo único que me acuerdo: "I am Tito".

El mariner continuaba parco. Apretando el fusil ejercitaba las mandíbulas, alimentando todos los fuegos. Rostro tieso. Silencios interminables. Sombra irguiéndose en ademán cavilante.

- Qué ganas tengo de ver a mi novia... pensamos casarnos pronto, cuando terminemos de estudiar y yo consiga trabajo. Pero ahora con esto del servicio...

Y ellos seguían allí, negados. Alertas a cualquier cambio. Molestos con el aspecto sencillo de Tito enamorado. Era tan difícil estar ajeno a aquel camio de estaciones...

- Tenés la misma cara de un amigo que mataron en Malvinas. Vámonos mariner. Ché, flaco, si no hay soldados no hay guerra.

El mariner no miraba. Piel dura. Ajada de tantas esperas. Parecía humo con olor a pólvora encañonando hacia el vacío. Masticando tiempo.
Tito empezaba a sentir frío. Los nubarrones habían cubierto el cielo. Un viento negro angustiaba.

- Tengo que visitar a la abuela de Juan. Está muerto. No sé qué voy a decirle.

Le temblaba el luto. El infierno de todos. La muerte del tiempo. El mariner empuñó resuelto el arma. La playa llovía sangre. Llegó sin aliento a rodearse de aquellos prodigios celosos de preguntas. Sin respuestas. Calculadores. Témpanos. Todos tenían la cara de Juan y lo miraban con ojos asesinos.

- Juan, soy yo, Tito... Juan...

Los mariners apuntaron para descargar.

- Delfina, viejo, mamaaá!!!...

Incorporándose, abrió los ojos desesperado. Aturdido. Le jadeaba la espuma acorralada. Antiguas brisas de guerra hostigaban las enaguas del verano. Y descubierto vivo, después de clavar los dientes en la carne de los demás, miró la tierra desorbitado y apretó el silencio con los puños. Rendido... Condenado a levitar los días como el péndulo. Sin horas. Hamacando gemidos...


CARMEN DEL BLANCO

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